viernes, 1 de abril de 2011

El trabajo más surrealista de mi vida: Visitar Disney de Paris y pasear por el Sena



Son las 10 de la noche del jueves 17 de marzo y acabo de regresar a casa. Estoy chaqueta y a punto de dormirme en el suelo. He pasado una semana agotadora trabajando como acompañante de un grupo de estudiantes peruanos que estuvieron en Paris. Anteriormente habían estado un mes y medio por Bretaña y Marsella como parte de un programa de intercambio entre Perú y Francia. El grupo estaba compuesto por 45 alumnos de 16 y 17 años (44 chicas y un chico). Se tenía previsto visitar les Champs Elysées, la torre Eiffel, Notre Dame, le Château de Versailles, la Défense, el Arco del Triunfo, le musée du Louvre, Sacré Coeur, Montmartre, le Quartier Latin, visitar Euro Disney y viajar en Bateau Mouche que consiste en un recorrido en barco por el río Sena. Un momento ¿Qué te paguen por visitar Disney y hacer un paseo en barco por el Sena? ¡¿Dónde está la cámara escondida?! Tranquilo causita, que ahora viene lo bueno. Íbamos a tener que movilizarnos con toda la mancha utilizando el Metro de Paris. ¿Se imaginan desplazarse en metro con 45 personas en hora punta y en una de las ciudades con mayor afluencia de público? Pero no estaría solo en tamaña empresa, trabajaría con Yoyi y Pedro que eran los responsables que acompañaron al grupo desde Perú y con quienes planificaríamos las salidas. Mi amigo Teddy me dijo alguna vez que la planificación es el marco donde se desarrollan las sorpresas. Puedo decir que tuvimos mucha, pero mucha planificación.



A las 9 am del domingo 13 tocaba visita panorámica de la ciudad (sería la única vez que veríamos un bus) y como me temía, las chicas no estaban listas. No terminaban de tomar desayuno y ponerse fashion para conquistar Paris. El tour se desarrolló con normalidad, la guía en su gracioso acento español-argentino revelaba los secretos de la ciudad mientras las chicas fusilaban las ventanas del bus con sus cámaras digitales. Finalizada la visita tendríamos que marchar a pie, atravesando la avenida de los Champs Elysées para llegar a la Torre Eiffel. Una vez ahí, los jóvenes de origen africano que venden souvenirs vinieron en picada cual gallinazos y no dejaron de acosar a las chicas, a quienes trataban de venderles torres Eiffel en miniatura made in China, al tiempo que las cortejaban con sus 4 o 5 palabras de español. En eso vino la policía a echarlos, la venta ambulatoria está prohibida ahí. Los vendedores salieron huyendo y un grupo de adinerados turistas rubilindos aplaudieron a la policía ¡¿?! No falto quien dijera que si la venta ambulatoria estaba prohibida, no entendía porque insistían en hacerlo. Hubo que explicarles que esos jóvenes no tienen otra manera de ganarse la vida y que tienen que arriesgarse aun sabiendo que recibirán una golpiza. En parte entendía a las chicas, esta no es la idea dorada que uno puede tener sobre Paris. Y aunque la pobreza y la precariedad forman parte del cotidiano, nunca verás eso en la imagen que vende el estado francés al mundo.



Empezamos el ascenso a la torre, somos uno más entre los miles de grupos de turistas un domingo cualquiera. Las chicas recorren la torre mientras Yoyi, Pedro y yo aprovechamos para contemplar el magnífico espectáculo de tener la ciudad literalmente a nuestros pies. Terminada la visita, empezamos la marcha hasta el metro de Bir Hakeim. Muchas chicas tenían los pies adoloridos por andar en tacones y no dejaban de quejarse. Por mi experiencia en el uso del metro yo iría a la cabeza para guiar al grupo entre los múltiples laberintos que existen en la estación, Yoyi iría al medio apurando a las chicas y Pedro al final chequeando que nadie se quede. Una vez frente al tren vino la pregunta ¿cómo metes 45 personas en un mismo vagón en menos de 15 segundos sin que los demás pasajeros protesten y te insulten en todos los idiomas posibles? Fácil… ¡empujando! Recuerdo las sabias palabras de mi esposa cuando le hable del tema: “van a tener que empujar si no quieren quedarse”. Así que les enseñamos, a empujar, meter codo y patada limpia con tal de entrar. Luego de meter el grupo a la fuerza y de constatar que nadie se había quedado, Pedro y yo sacamos arriesgadamente medio cuerpo por la puerta, nos vimos mutuamente y levantamos los pulgares hacia arriba. Antes que las puertas se cierren y nos chanquen nos volvimos a meter y cada cual respiró otra vez. Utilizaríamos esta modalidad de desplazamiento durante toda la semana.



Los días pasaron y con ellos las visitas a los lugares emblemáticos de la ciudad y los correteos sin parar. El día de la visita a Disney una chica perdió su entrada y no la dejaban pasar. Otro día hubo alguien que perdió su cámara. Una tarde habíamos subido al tren y justo en el momento que se cierra la puerta, me doy cuenta que algunas chicas se han quedado afuera. Ante las caras llenas de pavor de las alumnas empiezo a hacer escándalo y a pedir que abran las puertas. Dios es peruano y felizmente abrieron las puertas solo 4 segundos, el tiempo suficiente para jalar y meter adentro a las chicas. Me doy cuenta que todo pasó tan rápido que confundí a una parisina con una de las chicas del grupo y también la jalé adentro del vehículo. La parisina me mira palteada, yo solo pude reírme y decirle “lo siento” y ella me devuelve una sonrisa cómplice. Hubo 3 rescates más, incluyendo un grupo que se perdió del resto por ir al baño, otro por demorarse comprando en las máquinas dispensadoras de golosinas y otro por quedarse a ver los escaparates de las tiendas. Pero no todo fue ajetreo. El miércoles por la noche hicimos el paseo en bateau mouche por el río Sena. Desde el barco, Paris parecía un infinito enjambre de insectos luminosos. La noche parisina se abría ante nosotros en todo su esplendor y en los gritos de la gente que nos saludaba desde la orilla. Todos sentían la emoción de ver esa ciudad de todos los puentes, de todos los museos, de todas las historias, esa ciudad que como decía Pedro ha sido tantas veces pintada o reflejada en miles de poemas y canciones. Faltaba un día para que todos regresen a casa y todos sentían pena por marcharse. Mientras el barco se alejaba y las luces quedaban atrás, me sentí afortunado de poder quedarme unos días más en París.



Recuerdo que en un viaje en metro una de las chicas me dijo ¡Pucha Juan Luis, tú la rompes hablando francés! Supongo que se refería a la vez en que tuve que negociar con la recepcionista del Moulin Rouge para que las chicas puedan entrar al interior del Cabaret más famoso del mundo para tomar fotos o cuando tuve que negociar en el Louvre que me dejaran entrar cuando fui a buscar a tres chicas que se habían perdido. Se divertían cada vez que mezclaba el español con el francés, cuando me escuchaban ese acento parisino tan rico en sonoridades graciosas o cuando imitaba ese bufido que sueltan los franceses cuando están hartos de algo. En ese sentido, era curioso escuchar las impresiones de las chicas sobre las diferencias entre la Bretaña y Paris. Todas habían amado los paisajes de ensueño de la Bretaña y la manera de ser de los bretones: fiesteros, alegres y acogedores. En cambio consideraban que Paris era hermoso para visitarlo o estar de paso pero jamás para vivir. La gente les parecía amargada y estresada.



Es curioso pero después que todos se fueron, cada vez que tomaba el metro me sentí un poco solo. Ahora recuerdo varias conversaciones con las chicas, recuerdo a Andrea que con su voz ronca y su manera de hablar era igualita a mi amiga Rosalía…pero en joven. Recuerdo el rostro de Brenda (que le gustaba que le digan Bárbara), el de Gian Pierre que era el único muchacho, el rostro de Fabianne que se me hizo conocido desde el principio (claro, si fue la pareja de baile del conejo Rebosio en el Gran Show de Gisella), el rostro de Mariana, el de Paola y los rostros de tantas otras con las que compartimos esta semana loquísima. Recuerdo los últimos momentos antes de despedirme de las chicas, fotos por aquí y por allá y una de ellas que me dice ¡gracias Juan Luis, sin ti nos hubiéramos perdido! Recuerdo la despedida con Pedro y Yoyi, las buenas conversas y los buenos momentos pasados junto a ellos durante esta aventura. Pero lo que nunca olvidaré es que por trabajo terminé paseándome en barco por el Sena y visitando Disney. No hay nada que hacer que este es el tipo de trabajos rarísimos que solo puede surgir de Perú. Y este es el tipo de cosas surrealistas que suelen pasar en la vida exagerada de este humilde servidor.