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Historias e histerias de un peruano en Francia
jueves, 18 de agosto de 2011
La gente invisible
Desde el tiempo que llevo viviendo en Paris, tengo 3 rutas que forman parte de mi cotidiano. La ruta para ir a mi trabajo, aquella que tomo para ir al hospital a hacer mis controles de salud y la tercera (que es la que más prefiero) que me lleva al bulevar Saint Michel. Ahí está Boulinier, una librería en donde suelo comprar no pocos libros, discos y dvds de ocasión. Y durante los 3 diferentes trayectos soy testigo de una misma escena que se repite cada vez más: Personas que viven y que duermen en las calles. Personas que marchan con sus pocas pertenencias a cuestas y que no tienen donde ir. La sociedad francesa, amante de las buenas costumbres, el orden y las siglas tiene un nombre para estas personas: SDF que quiere decir “sans domicile fixe” o “sin domicilio fijo”. A pesar que se sitúan al lado de las puertas de los grandes almacenes, los restaurantes o al lado de los cajeros automáticos, es curioso observar como la gente pasa a su lado y no los mira o desvía la mirada. Están ahí pero no los vemos, bueno, de eso se trata.
La semana pasada me encontraba viajando en el metro y sin quererlo me puse a contar cuantas personas subieron al tren a pedir dinero o que vi durmiendo en el suelo de las estaciones. En media hora alcancé a contar siete. Siete almas como el nombre de una película, solo que sus vidas están lejos de ser un film de Hollywood. Y durante aquel mismo viaje me puse a observar el rostro de los demás pasajeros. Recuerdo que los rostros transmitían hastío y aburrimiento. Caras llenas de hastío a pesar de estarse embruteciendo con las pantallas de sus teléfonos inteligentes. Aburrimiento a pesar de llevar audífonos de última generación y estar vestidos a la moda. Recuerdo que me puse a pensar en ese momento que hay quienes viven sin darse cuenta de la enorme suerte que tienen. Pensé en una frase que escuché por ahí (creo que fue en el Club de la Pelea) que decía que tenemos trabajos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos para impresionar a gente que no nos cae bien. Los seres humanos estamos plagados de estas incoherencias. Pensé también en aquellos hombres y mujeres para quienes los verbos se viven día a día en condicional: “yo hubiera comido, yo hubiera vivido, yo hubiera amado”.
Según el Instituto nacional de estadística y estudios económicos, existen en Francia 250.000 personas que no gozan de una dirección postal para la administración. Esta administración chata, cuadrada y cerrada para la que solo hay negro o blanco y el gris simplemente no existe. Estar fuera del sistema francés es peor que el infierno de Dante. Para ellos si no tienes dirección postal no existes. Tener una dirección postal pasa por tener un trabajo y un número de seguro social entre muchísimos otros requisitos. Y a veces aunque tengas trabajo, puedes terminar viviendo en un camping, en un auto o en la calle. Los elevados costos de los alquileres de las viviendas y trabajos de duración determinada (es decir que duran meses, semanas o incluso solo un día) están llevando a la gente a vivir en una situación de precariedad nunca antes conocida incluso hasta para aquellos que estudian o han cursado estudios. Sean extranjeros o franceses, con estudios o sin ellos, ancianos o jóvenes, la precariedad alcanza a todos por igual.
Recorriendo las calles de Paris he visto como la gente construye sus casas con cartones, plástico, papel periódico, bolsas, polietileno, tela y todo aquello que pueda recuperar de la basura. Incluso vi cerca de la Gare d'Austerlitz a un hombre que había utilizado una cabina de teléfono para construir su casa y hasta la había pintado y decorado. Es común encontrar estas “casas” levantadas al lado de los cafés, los cines y los restaurantes. Otro lugar donde duermen los que no tienen casa es en las estaciones del metro. La estación Nation se ha convertido en la casa temporal para gente de todas las nacionalidades que no tienen a donde más ir. Las personas e incluso familias que viven en la calle han perdido su intimidad y están expuestas al infierno de la mirada de los otros. Muchos de ellos encuentran refugio en el alcohol, lo que hace mella en su aspecto. El espectáculo es desolador. De otro lado, hay personas que viven en carpas de acampar que fueron donadas por instituciones. Así mismo, existen algunos albergues del estado en donde se da alojamiento a la gente que vive en la calle. Sin embargo, considero que eso no es más que un parche. Con una vendita se intenta ocultar las fallas del sistema, un sistema en donde todo tiene que encajar perfectamente, un sistema en el que las personas somos las piezas anónimas de un mecanismo invisible y feroz.
Algo que me llama muchísimo la atención es que una cantidad considerable de la gente que vive en la calle anda con mascotas o “animales de compañía” que es como les dicen aquí. Sin temor a equivocarme, aquí el sentido de compañía cobra vital importancia. Pienso también que una de las razones por las que estas personas andan con animales es porque así sienten que pueden cuidar y ocuparse de otra vida, más allá de su propia existencia. Esto me hace pensar en Gilles. Solía encontrarlo en una banca en el camino a la estación del metro. Un día íbamos junto a mi esposa, y al verlo lo saludamos y él nos devolvió el saludo. Así, cada vez que pasábamos por su banca y lo encontrábamos nos poníamos a conversar un poco de todo. Al parecer estuvo en la legión extranjera y odia al gobierno por algo que nunca nos contó. Lo que si supimos es que gracias a alguien podía pasar al baño y aprovechar de asearse, ya que para él la higiene era muy importante. Pero Gilles no estaba solo, casi siempre lo encontrábamos cuidando de otro hombre que como él vivía en la calle. Su amigo era más introvertido y nunca hablaba y se pasaba el tiempo acostado en la improvisada cama de la banca. Desafortunadamente hace varios meses que nunca más volvimos a ver a Gilles.
Antes de sentarme a escribir esta crónica me había preparado el desayuno. Cogí un tazón y lo rellené de leche, cocoa y jarabe de menta. Luego agregué una generosa porción de cereales en mi after-eight líquido. Así, entre párrafo y párrafo me llevaba una o dos cucharadas a la boca. Tengo el lujo de no tener hambre. Tengo suerte de poder escoger mi comida. Tengo suerte de tener tiempo para escribir. Pero sobretodo, tengo suerte de tener un lugar donde vivir. Cada noche este pequeño y destartalado departamento se transforma en un refugio de 27 metros cuadrados a prueba de lluvias, soledades y tristezas. Y como cada noche, afuera en las calles vacías la ciudad luz se puebla de fantasmas. Fantasmas que como Gilles, buscan hacerse visibles en nuestro pequeño mundo mortal.
viernes, 1 de abril de 2011
El trabajo más surrealista de mi vida: Visitar Disney de Paris y pasear por el Sena
Son las 10 de la noche del jueves 17 de marzo y acabo de regresar a casa. Estoy chaqueta y a punto de dormirme en el suelo. He pasado una semana agotadora trabajando como acompañante de un grupo de estudiantes peruanos que estuvieron en Paris. Anteriormente habían estado un mes y medio por Bretaña y Marsella como parte de un programa de intercambio entre Perú y Francia. El grupo estaba compuesto por 45 alumnos de 16 y 17 años (44 chicas y un chico). Se tenía previsto visitar les Champs Elysées, la torre Eiffel, Notre Dame, le Château de Versailles, la Défense, el Arco del Triunfo, le musée du Louvre, Sacré Coeur, Montmartre, le Quartier Latin, visitar Euro Disney y viajar en Bateau Mouche que consiste en un recorrido en barco por el río Sena. Un momento ¿Qué te paguen por visitar Disney y hacer un paseo en barco por el Sena? ¡¿Dónde está la cámara escondida?! Tranquilo causita, que ahora viene lo bueno. Íbamos a tener que movilizarnos con toda la mancha utilizando el Metro de Paris. ¿Se imaginan desplazarse en metro con 45 personas en hora punta y en una de las ciudades con mayor afluencia de público? Pero no estaría solo en tamaña empresa, trabajaría con Yoyi y Pedro que eran los responsables que acompañaron al grupo desde Perú y con quienes planificaríamos las salidas. Mi amigo Teddy me dijo alguna vez que la planificación es el marco donde se desarrollan las sorpresas. Puedo decir que tuvimos mucha, pero mucha planificación.
A las 9 am del domingo 13 tocaba visita panorámica de la ciudad (sería la única vez que veríamos un bus) y como me temía, las chicas no estaban listas. No terminaban de tomar desayuno y ponerse fashion para conquistar Paris. El tour se desarrolló con normalidad, la guía en su gracioso acento español-argentino revelaba los secretos de la ciudad mientras las chicas fusilaban las ventanas del bus con sus cámaras digitales. Finalizada la visita tendríamos que marchar a pie, atravesando la avenida de los Champs Elysées para llegar a la Torre Eiffel. Una vez ahí, los jóvenes de origen africano que venden souvenirs vinieron en picada cual gallinazos y no dejaron de acosar a las chicas, a quienes trataban de venderles torres Eiffel en miniatura made in China, al tiempo que las cortejaban con sus 4 o 5 palabras de español. En eso vino la policía a echarlos, la venta ambulatoria está prohibida ahí. Los vendedores salieron huyendo y un grupo de adinerados turistas rubilindos aplaudieron a la policía ¡¿?! No falto quien dijera que si la venta ambulatoria estaba prohibida, no entendía porque insistían en hacerlo. Hubo que explicarles que esos jóvenes no tienen otra manera de ganarse la vida y que tienen que arriesgarse aun sabiendo que recibirán una golpiza. En parte entendía a las chicas, esta no es la idea dorada que uno puede tener sobre Paris. Y aunque la pobreza y la precariedad forman parte del cotidiano, nunca verás eso en la imagen que vende el estado francés al mundo.
Empezamos el ascenso a la torre, somos uno más entre los miles de grupos de turistas un domingo cualquiera. Las chicas recorren la torre mientras Yoyi, Pedro y yo aprovechamos para contemplar el magnífico espectáculo de tener la ciudad literalmente a nuestros pies. Terminada la visita, empezamos la marcha hasta el metro de Bir Hakeim. Muchas chicas tenían los pies adoloridos por andar en tacones y no dejaban de quejarse. Por mi experiencia en el uso del metro yo iría a la cabeza para guiar al grupo entre los múltiples laberintos que existen en la estación, Yoyi iría al medio apurando a las chicas y Pedro al final chequeando que nadie se quede. Una vez frente al tren vino la pregunta ¿cómo metes 45 personas en un mismo vagón en menos de 15 segundos sin que los demás pasajeros protesten y te insulten en todos los idiomas posibles? Fácil… ¡empujando! Recuerdo las sabias palabras de mi esposa cuando le hable del tema: “van a tener que empujar si no quieren quedarse”. Así que les enseñamos, a empujar, meter codo y patada limpia con tal de entrar. Luego de meter el grupo a la fuerza y de constatar que nadie se había quedado, Pedro y yo sacamos arriesgadamente medio cuerpo por la puerta, nos vimos mutuamente y levantamos los pulgares hacia arriba. Antes que las puertas se cierren y nos chanquen nos volvimos a meter y cada cual respiró otra vez. Utilizaríamos esta modalidad de desplazamiento durante toda la semana.
Los días pasaron y con ellos las visitas a los lugares emblemáticos de la ciudad y los correteos sin parar. El día de la visita a Disney una chica perdió su entrada y no la dejaban pasar. Otro día hubo alguien que perdió su cámara. Una tarde habíamos subido al tren y justo en el momento que se cierra la puerta, me doy cuenta que algunas chicas se han quedado afuera. Ante las caras llenas de pavor de las alumnas empiezo a hacer escándalo y a pedir que abran las puertas. Dios es peruano y felizmente abrieron las puertas solo 4 segundos, el tiempo suficiente para jalar y meter adentro a las chicas. Me doy cuenta que todo pasó tan rápido que confundí a una parisina con una de las chicas del grupo y también la jalé adentro del vehículo. La parisina me mira palteada, yo solo pude reírme y decirle “lo siento” y ella me devuelve una sonrisa cómplice. Hubo 3 rescates más, incluyendo un grupo que se perdió del resto por ir al baño, otro por demorarse comprando en las máquinas dispensadoras de golosinas y otro por quedarse a ver los escaparates de las tiendas. Pero no todo fue ajetreo. El miércoles por la noche hicimos el paseo en bateau mouche por el río Sena. Desde el barco, Paris parecía un infinito enjambre de insectos luminosos. La noche parisina se abría ante nosotros en todo su esplendor y en los gritos de la gente que nos saludaba desde la orilla. Todos sentían la emoción de ver esa ciudad de todos los puentes, de todos los museos, de todas las historias, esa ciudad que como decía Pedro ha sido tantas veces pintada o reflejada en miles de poemas y canciones. Faltaba un día para que todos regresen a casa y todos sentían pena por marcharse. Mientras el barco se alejaba y las luces quedaban atrás, me sentí afortunado de poder quedarme unos días más en París.
Recuerdo que en un viaje en metro una de las chicas me dijo ¡Pucha Juan Luis, tú la rompes hablando francés! Supongo que se refería a la vez en que tuve que negociar con la recepcionista del Moulin Rouge para que las chicas puedan entrar al interior del Cabaret más famoso del mundo para tomar fotos o cuando tuve que negociar en el Louvre que me dejaran entrar cuando fui a buscar a tres chicas que se habían perdido. Se divertían cada vez que mezclaba el español con el francés, cuando me escuchaban ese acento parisino tan rico en sonoridades graciosas o cuando imitaba ese bufido que sueltan los franceses cuando están hartos de algo. En ese sentido, era curioso escuchar las impresiones de las chicas sobre las diferencias entre la Bretaña y Paris. Todas habían amado los paisajes de ensueño de la Bretaña y la manera de ser de los bretones: fiesteros, alegres y acogedores. En cambio consideraban que Paris era hermoso para visitarlo o estar de paso pero jamás para vivir. La gente les parecía amargada y estresada.
Es curioso pero después que todos se fueron, cada vez que tomaba el metro me sentí un poco solo. Ahora recuerdo varias conversaciones con las chicas, recuerdo a Andrea que con su voz ronca y su manera de hablar era igualita a mi amiga Rosalía…pero en joven. Recuerdo el rostro de Brenda (que le gustaba que le digan Bárbara), el de Gian Pierre que era el único muchacho, el rostro de Fabianne que se me hizo conocido desde el principio (claro, si fue la pareja de baile del conejo Rebosio en el Gran Show de Gisella), el rostro de Mariana, el de Paola y los rostros de tantas otras con las que compartimos esta semana loquísima. Recuerdo los últimos momentos antes de despedirme de las chicas, fotos por aquí y por allá y una de ellas que me dice ¡gracias Juan Luis, sin ti nos hubiéramos perdido! Recuerdo la despedida con Pedro y Yoyi, las buenas conversas y los buenos momentos pasados junto a ellos durante esta aventura. Pero lo que nunca olvidaré es que por trabajo terminé paseándome en barco por el Sena y visitando Disney. No hay nada que hacer que este es el tipo de trabajos rarísimos que solo puede surgir de Perú. Y este es el tipo de cosas surrealistas que suelen pasar en la vida exagerada de este humilde servidor.
lunes, 14 de febrero de 2011
La Administración Francesa
Lunes 15 de marzo de 2010, acababa de llegar a Francia y esperaba que alguien en el aeropuerto me sellara el pasaporte con la fecha de entrada al país. Sin embargo no había nadie que se encargara de tal función, tan solo sellaban las salidas. Ustedes se preguntarán ¿porqué diablos tanta preocupación por que me sellaran el pasaporte? Porque tenía que tener la fecha de entrada a Francia, de esta manera para las autoridades francesas, mi entrada en el país sería de manera legal. Además, cuando me dieron la visa en la embajada de Francia me dieron un formulario con todos los pasos a seguir para permanecer legalmente en Francia, siendo el primero el tener el sello de entrada al país. Y aunque tuve la aztuta idea de hacerme sellar el pasaporte ese mismo en el aeropuerto de Malpensa en Italia, el papel era claro: SELLO DE ENTRADA AL PAIS. Dada mi nueva condición de inmigrante en un pais en el que, segun el presidente Sarkozy “la multiculturalidad es un problema para el desarrollo”, este ciudadano de segunda categoría se fue a buscar alguna autoridad que se dignara a poner su sello en mi maldito pasaporte.
Después de consultar un montón de burócratas, uno más desagradable que el otro y que siempre me mandaban a consultar a otra persona, llegué finalmente hasta la oficina de la aduana. Allí me atendió el primero de muchos burócratas que conocería a lo largo de mi surrealista vida en la tierra de la libertad, igualdad y fraternidad. Un policía oficinista con pinta de soldado pretoriano nos dejó a mi esposa y a mi que le explicáramos la situación. Una vez que terminamos, el policía nos explicó que todo estaba bien, que bastaba con mi sello de entrada de Italia y que no me preocupara de nada. Cómo no era claro, le enseñé mi formulario que exigía el sello de entrada en FRANCIA Y NO DE ITALIA, el tipo empezó a ponerse nervioso, incluso se puso a temblar, el flick (policía en francés) convulsionaba mientras me repetía su letanía aprendida de algún manual una y otra vez, hasta que entendimos que no era un ser humano sino algún tipo de androide con apariencia humana (igualito a los que ya fabrican en Japón) y que no iba a cambiar de parecer.
Han pasado casi 11 meses desde aquel incidente y la verdad es que mi relacion con la administracion francesa no ha cambiado mucho que digamos. Hace algunas semanas me dirigí a la prefectura para pedir los requisitos que exigen para el trámite de renovación de titre de séjour o título de estadía. Una vez ahí, la señora de admision no me queria admitir, según ella porque yo no tenia mi pasaporte y me explico que “aqui en Francia cuando uno viene a una oficina, tiene que venir con papeles”. Entonces volví con papeles y recién me dio la hoja con los documentos que requieren para la renovación. Pero cuando intenté preguntarle algo sobre los requisitos, me dijo que todo estaba explicado claramente en el papel. Yo le intenté decir que justamente no me parecía claro y es más, que me parecía ambiguo. La tipa me volvió a repetir que todo estaba bien clarito en el papel. Intenté volver hablar con ella pero obtuve el mismo resultado al tiempo que la mujer temblaba y convulsionaba de repetir tantas veces su libreto aprendido ¿suena familiar?
Volví otra vez a la prefectura y esta vez me atendió una joven que me dio la lista de requisitos, ademas de la fecha de una cita a la que deberé presentarme con mi expediente. Pero oh sorpresa, otra vez las indicaciones de los papeles eran ambiguas, empezando que la fecha de la cita es tres después de la expiración de mi visa. Estaría tres días de ilegal en Francia y eso no es muy divertido, ya se han dado casos de expulsiones de extranjeros que residen décadas en Francia, que están casados y sus hijos son franceses o que incluso tienen negocios y pagan impuestos. Decidí volver para que me explicaran mejor las cosas. Esta vez me atendió uno de los tantos funcionarios públicos cincuentones, gordos y rosaceos como cerdos que mascan su chicle mientras te miran con gesto de desprecio. Le explique mi caso y luego el tipo me respondió a cada cosa de paporreta, es decir repitiéndolas como si de un manual se tratara...solo que al final me dijo que no necesitaba traer casi la mitad de los requisitos que la tipa anterior me había dicho. ¿Cómo puede ser posible que en una misma institución te digan dos cosas diferentes, siendo un trámite tan importante del cual depende tu estadía legal en Francia? ¿Cómo puede ser posible que dos funcionarios que trabajan en la misma oficina, uno al lado del otro te digan dos cosas distintas? Impossible n’est pas français dijo alguna vez Napoleón. En fin, cuando le hice la que sería la última pregunta, el tipo se puso a temblar y rabioso me dijo que no se iba a pasar todo el día (4 minutos) explicándome cada requisito y que habia un monton de gente esperando (5 personas). Al final al ver que yo no me iba, el funcionario terminó por gritar ¡el siguiente!...y luego continuó mascando su chicle con ese rostro sin expresión que tienen los franceses cuando trabajan en algo que no les gusta.
Una vez la seguridad social rechazó mi expediente para mi tarjeta porque la fotocopia de mi pasaporte no estaba en el centro de la hoja. MI ERROR claro, fue hacer la copia un centímetro más abajo de la hoja. En otra ocasión recibí de una institución cinco cartas que decian practicamente lo mismo. Podría llenar hojas enteras con las experiencias nefastas que he tenido con la administración. No obstante, solo dos veces tuve un trato decente y en las cuales vi una sonrisa en el rostro de las funcionarias que me atendieron. La primera fue en Pôle emploi de Maisons Alfort en donde dos consejeras me dieron muchas pistas que me orientaron en mi búsqueda de trabajo.Y la segunda fue en la OFII, la Oficina Francesa de la inmigración y la integración (¿no les parece un poco mucho ese nombre?). Ahí una funcionaria llamada Fadwa y otra llamada Elodie me echaron una mano cuando los otros trataban a los demás extranjeros como parias. Fueron las únicas personas de la administración que no eran chatas ni cuadradas en su forma de pensar y funcionar, y talvez las únicas con las cuales pude dialogar cordialmente. Pero en general, tratar con la administración francesa puede ocasionar graves transtornos sicológicos cuyas secuelas se transmitirán de generación en generación.
Y yo que pensaba con orgullo que la burocracia peruana era la peor del mundo, pero tuve que venir a Francia para comprobar que, las cosas cuando están mal, siempre pueden ponerse aún peores. Yo creía que sabía, pero no tenía ni puñetera idea del siniestro valle de lágrimas por el que tendría que atravesar para obtener cada papel y cada requisito que te pide la administración. Incluso todos los franceses con los que he hablado del tema, reconocen que la administración francesa es una pesadilla, una trampa que nunca termina. La administración francesa me recuerda al implaclable Terminator: Cuando piensas que por fin se ha acabado, regresa aun más feroz para volver tu vida miserable. Peruano que me lees, cuando vengas de viaje por Francia nunca, pero nunca te acerques a ningún edificio que tenga estas siglas en la fachada: Pole Emploi, OFFI, CAF, CPAM...es más toma las de Villadiego, huye lejos y ponte a buen recaudo. Corre por tu vida, te lo pido por favor. Luego no digas que no te lo advertí. Dejo el tema por el momento, tengo que irme a descansar para continuar con el papeleo. Mañana es otro día en Francia.
miércoles, 20 de octubre de 2010
La verdad de la Milanesa…o de la Comida en Francia. Parte 2
Algo que me llama poderosamente la atención en cuanto al tema de la comida en Francia es el hecho de ver a tanta gente que “que se mata” tratando de comer sano. Hay ochocientos mil avisos en la tele (tantos como los anuncios de venta de autos) sobre alimentos bajos en calorías, agua mineral, postres sin azúcar, publicidad sobre los benditos productos bio, etc. Y sin embargo, en la vida cotidiana los franceses comen, que digo comen, se atragantan con cantidades industriales de queso, chocolate, embutido, mantequilla (sobretodo los bretones) y vino todos los días. Entonces ¿en qué quedamos? Bueno, hay que reconocer que muchos de esos productos son realmente adictivos. Tal es el caso de los embutidos, los cuales son demasiado buenos. Aunque ya quisiera ver a la gente de acá comiéndose unas salchichitas extra rojas de salchipapa carretillera o devorando un pan con su buen queso de chancho.
Otra cosa que me desconcierta es la manera de preparar el arroz. Adiós a ese arroz graneadito, el pan nuestro de cada día, compañero fiel de toda la comida. Ni siquiera lo aderezan con ajo ni cebolla dorada y lo que es peor, en los hogares de toda Francia se comete diariamente el crimen de preparar el arroz como si fuera tallarín. Me explico, los franceses lo ponen a cocinar con el doble de la cantidad de agua y después lo cuelan, si señores, cuelan el arroz como si se tratara de fideos. El resultado es un arroz mazacotudo y aguachento. Triste pero cierto, esto pasa a vista y paciencia de todos y nadie hace nada para frenar esta barbarie. En fin, cada pueblo tiene el arroz que se merece.
Otro elemento inherente a la gastronomía francesa es el pan. Hace tiempo mi padre me preguntó si en Francia había pan francés como el que venden en Perú y dolorosamente tuve que decirle que aquí no hay ese pan tan sencillo y buenazo con forma de culito espolvoreado de harina. Los panes que se venden por unidad son panes especiales como el pain au chocolat o pan con chocolate, pain aux raisins o pan con pasas y el famoso croissant (que en Perú es conocido como el popular “cachito de mantequilla”). Aquí mayormente con frecuencia se estila vender panes grandes que lo partes en tu casa y luego guardas el resto. Hay una cantidad aterradora de panes entre los que destacan el pan de campo, el pan de cereales, pan de nueces y el pan brioche (que es igualito al panetón). Pero si hay un pan que identifique a los franceses, ese es el pan baguette. A la hora del desayuno y la cena es común ver a todo el mundo en la calle con su baguette en la mano y a veces hasta con dos, tres o cuatro baguettes. En estos casos, suelen utilizar el cochecito de los bebés como carrito de súper mercado para guardar el pan ahí. Bien práctica la gente ¿no?
Como ya había comentado, cada región tiene su especialidad. En julio tuve la suerte de visitar la Provence y ahí me invitaron Pates au Pistou, pasta con una salsa tan exquisita como sencilla, hecha a base de hojas de albahaca y dientes de ajo machacados con aceite de oliva. Otro descubrimiento culinario de esta región fue el Aïoli, que es la salsa provenzal por excelencia y que se obtiene moliendo ajo con sal en un mortero y agregando luego aceite y huevo. El resultado final se parece mucho a esa maravilla de la naturaleza que es la mayonesa peruana extra-líquida con sabor a ajo y que parece imprimante (¡pero si hasta la venden en baldes de pintura!) que te ofrecen en algunas pollerías y puestos de comida al paso, con la diferencia que aquí la consumen con ensaladas y pescado.
Pero no todo es refinado y gourmet, ya que aquí también hay establecimientos de comida rápida made in France. Existen Zeeriad y Quick que le hacen la competencia a Mc Donald’s, Subway y KFC. También hay lugares donde te venden sandwichs, galettes y crêpes (la crêpe de nutella es una prueba que existe el paraíso).
Pero si hablamos de comida rápida, el número 1 se lo llevan de lejos los puestos donde venden Kebab. El kebab es típico de Turquía y consiste en carne de ternera o cordero que se cocina girando en un asador y que luego se introduce en pan pita. Antiguamente era la comida de los reyes persas, será por eso que cuando te pides un kebab comes como rey. Al servirlo con tantas salsas de colores diferentes, ensalada y papas fritas, más que sándwich parece un atropellado. Asimismo, el kebab es tan grande que tienes que abrir toda la boca para morderlo. Al final terminas todo manchado de salsa pero feliz como chancho regodeándose en su crapulencia. Además el kebab es la comida preferida por los estudiantes y por todos los jóvenes, debido en parte a su módico precio (cuesta la mitad de un menú) y por todos los nutrientes que aporta al organismo cuando es ingerido conjuntamente con grandes cantidades de alcohol.
Habiendo tanta variedad de comida francesa y de restaurantes de todas partes del mundo en Paris, a veces a uno se le antoja también un poco de cocina peruana. Y aunque existen algunos restaurantes peruanos en Paris, hay que tener suerte porque no siempre las cosas resultan como uno espera. Una vez invitamos a mis suegros a comer a un restaurante peruano llamado “Candela Caliente”. Nos emocionamos al ver la estética kitsch del local y pensamos que sabíamos lo que hacíamos, pero no teníamos ni idea. Empezando que no tenían pisco sour, el ceviche venía con yucas que parecían de 5 días y cuando pedí anticuchos, lo que me trajeron fueron dos miserables palitos con trozos de carne sancochada, sin sal ni comino ni pimienta ni ajo ni ají ni nada. Encima el costo de la cena fue un asalto a mano armada. Nunca me había sentido tan estafado.
Otra cosa fue cuando llevamos a una tía de Anne a comer al “Latino Gourmand” o “Latino Goloso”. Los precios eran razonables y la comida estuvo excelente. Incluso le encantó la inca kola y la chicha morada a la tía Armandine y quedé como un campeón. Quise repetir la experiencia llevando a Pablo y Claudia, un amigo peruano y su mujer alemana al mismo sitio, pero como dice Sabina “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Estábamos viajando en el metro con dirección al restaurante y de cazuela nos encontramos con una pareja de esposos peruanos. Le preguntamos que hacían en Paris y el hombre nos dijo que era el cocinero del Latino Goloso. Le contamos que estábamos yendo a almorzar ahí y nos reímos y empezamos una animada conversación. En eso llegaron los inspectores de boletos. Increíblemente la mujer del cocinero no tenía el buen boleto y los inspectores terminaron por bajar del metro al cocinero y a su mujer y se los llevaron detenidos. Largo tiempo estuvo el peruano oprimido porque cuando llegamos al restaurante, vimos a una muchacha encargándose de la cocina. Esta vez la comida estuvo tela, no pasaba nada con la sazón y sirvieron bien chicoma. Tal vez si no detenían al cocinero, otra hubiera sido la historia. Pero ni modo, así pasa cuando sucede, sobretodo cuando ocurre.
Por eso mantengo que la mejor comida peruana que puedes comer en el extranjero, es la que tú mismo te puedes preparar. Y cuando encuentro todos los ingredientes y el plato sale bien, es como una pequeña victoria que saboreo en silencio, porque cada vez que como algo de comida peruana, me vuelvo a sentir peruano. Bueno, ahora me tengo que ir a preparar la comida del día siguiente. En el menú toca cocinar comida francesa. Normal, mañana es otro día en Francia.
miércoles, 18 de agosto de 2010
La verdad de la Milanesa…o de la Comida en Francia. Parte 1
La penúltima semana de julio tuve el almuerzo más intercultural de toda mi vida. Estando de vacaciones por Divonne, a pocos minutos de la frontera con Suiza, este ciudadano de segunda categoría estaba almorzando comida hindú con su esposa y su cuñado (ambos franceses), junto a un amigo de Nigeria y 4 amigos de la India. Estos últimos nos invitaron un banquete muy heterogéneo, abundante en condimentos y especias que otorgaban un sabor espléndido y particular a cada platillo. Era la primera vez que comía con las manos (sin contar unos tallarines en bolsa que comí sobre el río Ucayali y todos los pollos a la brasa que descuarticé en Perú) y la verdad, fue un verdadero placer sentir la comida a través de los dedos. Pero en Francia no se come así, aquí todo se come con tenedor y cuchillo. Si peruano, aquí el cuchillo no es parte de la decoración de la mesa, tienes que usarlo porque sino los franceses te van a mirar como si no supieses usarlo.
La comida es súper importante para los franceses, y más si se trata de comida biológica o BIO, en cuya elaboración no se emplean pesticidas, herbicidas ni hormonas. Esta es la comida que está de moda, tanto así que desde hace algún tiempo ya se vende en las principales cadenas de súper mercados como Carrefour, Leclerc y Leader Price. “La mejor comida del mundo se hace en Francia, la mejor comida de Francia se hace en Paris”. Así empieza el film Ratatouille, y después dicen que nosotros los peruanos tenemos una relación enfermiza con la comida. Pero no se trata solamente de la comida, sino también de la disposición de las cosas y los objetos intuidos de forma sensible en el tiempo y el espacio (¡pucha esto ya me suena a la estética trascendental de Kant!) por los franceses. Osea, que cada cosa tiene su momento y su lugar.
Las primeras veces que me invitaron a comer en la casa de algún amigo o la familia de mi esposa, me parecía un poco extraño el orden en que servían la comida. Los franceses empiezan sirviéndote un apéritif o aperitivo, es decir, una copita de algún licor o cóctel que aquí los hay muy buenos como el Cointreau, Grand Marnier, Pastis, Kir Royal, Kir Breton, licores de almendra o nuez, etc. Todos acompañados de algún canapé y los infaltables “chips” o bocaditos en bolsa tipo papitas, maní, dulces o galletas. Después de empilarse con el apéro viene el plato de fondo, sobretodo alguna exquisitez con carne de cerdo, res, ave o alguna especie marina. Y la mayoría de las veces, se trata de comida cocinada a la cacerola, al horno o gratinada. También se sirven frituras, pero estas se preparan en menor cantidad. En cuanto a la cantidad, generalmente te van a servir de manera decente, osea poco, ya que acá la gente como mucho menos que en Perulandia, donde todos sabemos que te sirven de manera contundente y letal.
En lo concerniente a la bebida, aquí no beben chicha morada, frugos, agua de cebada, agua de piña, agua de apio, agua de manzanilla, refrescos radioactivos tipo royal, ni bebidas gaseosas. ¿Qué diablos toman los franceses entonces? Mayormente con frecuencia toman una bebida extraña que no tiene gas, que no tiene sabor ni colorantes certificados ni mucho menos preservantes y que la suelen conocer con el nombre de AGUA, esta bebida que dicen que es buena para la salud, la consumen por garrafas. Por supuesto, el vino es obligatorio y siempre es bien recibido. Del vino francés se pueden escribir varias crónicas, por ahora solo puedo decir que en Francia el vino y la comida son el matrimonio perfecto. Aunque como dice Alejandro Dumas (hijo) “el matrimonio es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos y, a menudo, tres”, y yo diría hasta cuatro o cinco, dependiendo del caso, me refiero al queso, la ensalada y el postre.
De sabores fuertes y variadas texturas, el queso es otra de las perdiciones de los franceses, quienes lo consumen solo o con pan. Luego del queso viene la ensalada, esto es algo que a mi me chocó bastante, porque en Perú comemos la ensalada al principio de la comida. Pero aquí no es igual, la gente no come la ensalada al principio sino al final de la comida, y pobre de ti sino te la comes…¡No te van a servir el postre! Y lo vas a lamentar porque los postres en Francia son una ventana al paraíso. Cada región tiene su postre tradicional y hasta cuando no hay postre, se sirven cremas o yogures que son extraordinarios. Es habitual que también se sirvan chocolates y la verdad es que tienen una cantidad espeluznante de chocolates con formas y rellenos inimaginables.
Recuerdo un almuerzo en la casa de la madrina de mi mujer al que concurrí a los pocos días de mi llegada a Francia. Más o menos como a la mitad de la comida, tuve la insensata idea de pedir una copa de un licor que no pude probar durante el momento del aperitivo, creyendo ingenuamente que así felicitarían mis ganas de querer descubrir los alcoholes del país. Craso error, quedé como un angurriento o al menos eso es lo que adiviné en la cara de la dueña de casa y su pareja que me miraba como diciendo ¡Tercermundista tenías que ser! Con lo cual aprendí que si quieres quedar como un campeón, no se te vaya a ocurrir volver a pedir durante la comida lo que te ofrecieron en el apéro, y te vas a contentar con tu copita de vino nomás. Sino aprovechaste bien en zamparte todas las copas que pudiste en el momento del aperitivo, eso es problema tuyo.
Otra cena que nunca olvidaré fue justamente mi primera cena con personas francesas. En aquella ocasión, siendo yo el padrino de matrimonio de uno de mis mejores amigos, tuve la oportunidad de cenar con él en una conocida Trattoria de Miraflores junto a su esposa y su familia que había venido de Francia. Habíamos comido una barbaridad y todavía quedaba una buena cantidad de pizza. Cuando estuve a punto de pedirle al mozo que me envuelva todo para llevar, sentí la mano de mi amigo como una garra que me perforaba el brazo, al tiempo que me decía al oído ¡Ni se te ocurra carajo! Si quieres, pide otra cosa ¡Pero te la comes acá! Con el tiempo que llevo aquí, pude comprobar esta dura realidad: LOS FRANCESES NO LLEVAN LOS RESTOS DE LA COMIDA DEL RESTAURANT A SU CASA. Recuerda bien esto peruano, si alguna vez vienes de paseo por Francia y alguien te invita a comer a un restaurant, nunca pidas al mozo que te ponga los restos en una bolsa para llevar, ni mucho menos le pidas que te “aumente” con huesos de la cocina que eso es para tu perrito. Aquí, los perros son fichos y solo comen Ricocan, Pedigree y Dog Chow Bio, así que si lo haces no te van a creer y vas a quedar como un necio y un pezuñento.
El tema de la comida en Francia da para una segunda crónica. De tanto hablar de comer ya me dio hambre y me voy a cocinar algo peruano, porque cuando estás en el extranjero, la mejor comida peruana es la que tu mismo te puedes preparar. ¿Es que no hay restaurantes peruanos aquí en Francia? Hmmm…Si los hay, pero esa es otra historia.
domingo, 11 de julio de 2010
¿Cultura de bares o bares de cultura?
Siempre he creído que la mejor manera de conocer una ciudad es conociendo sus bares. La primera vez que entré a un bar en Paris fue a fines de abril. Eran las 2 de la tarde cuando llegamos con Anne a la Rue de Buci y escogimos la terraza del Bar Les Etages. Una pareja de hippies viejos se besaban mientras los rayos solares me caían en la frente y me adormecían como un lagarto. Al frente del bar estaba la famosa editorial Taschen y en la vitrina había una foto en blanco y negro con la imagen de una mujer de los años sesenta, semidesnuda y con un cartel entre las tetas que decía PARIS.
Esta tarde de julio el calor se siente como una mano descomunal, caliente y húmeda que te estruja y no te deja respirar. Es verano y miles de personas se vuelcan a los bares. Es ahí donde los franceses se quitan los audífonos y apagan sus Iphones, donde parecen volver a la vida y dejan esa expresión de abulia y aburrimiento que parece acompañarlos todo el día. Es en los bares y en los cafés en donde encuentran ese espacio donde pueden socializar y ser escuchados y hablar y hablar y hablar. Porque si hay algo que adoran los franceses es hablar y sobretodo hablar de la Meteo o el estado del tiempo (en una próxima crónica contaré un poco más de la fascinación de los franceses por el clima). Algo que me llama la atención es que la gente se puede pasar horas enteras en los bares con un solo vaso, nada que ver con los cementerios de botellas que a nosotros, los peruanos, nos encanta dejar sobre las mesas. Esto talvez se deba al hecho de que beber en un bar aquí no sale muy barato que digamos, y otra razón puede ser que los franceses no beben tanto como se hace en Perulandia. Otra cosa que me sorprende mucho de aquí es que a los bares acuden familias enteras, padres con sus hijos pequeños y abuelos. Por supuesto que no van muy tarde por la noche ni a cualquier establecimiento, pero en general, el bar es algo más que un antro para emborracharse o ligar, se convierte en una suerte de hogar temporal para todos.
En Francia hay tantos bares como en Perú hay restaurantes de pollo a la brasa, y la variedad es impresionante. Existen bares lúdicos, que ofrecen diversos juegos de mesa, billar y dardos. También hay bares literarios, en donde puedes encontrar estantes repletos de libros. Hay muchos Pub Irlandeses y bares celtas, en los cuales puedes encontrar pinturas y decorados con motivos célticos y personajes mitológicos. Incluso encontré un bar en el barrio de Montmartre con pinturas de cómics con Batman, Hulk y otros personajes del universo DC y Marvel. Además, en los bares puedes ver exposiciones de arte, exhibiciones de pintura y fotografía, conciertos de música y recitales de poesía y narrativa. También se practica mucho en los bares hacer Slam (no confundir con ese cuaderno que tenías que llenar con los datos de tus patas, sino eras un chibolo monse en el colegio), que consiste en leer algún poema, artículo o texto, solamente por el placer de compartirlo.
Los que más me gustan a mí, son los bares y cafés Bistrot, pequeños locales donde puedes tomar café y bebidas alcohólicas y donde puedes pedir quesos y cosas para picar, además de platos tradicionales. Entre los bares famosos están el Pure Café, que fue donde se filmó la película Antes del Atardecer con Julie Delpy y Ethan Hawke y que trata del reencuentro de dos personas después de 9 años de su primer romance. Y otro es el Café des Deux Moulins o Café Los Dos Molinos, célebre Bar Brasserie de Montmartre en donde transcurre gran parte del mítico film de Jean-Pierre Jeunet Amélie, una extraordinaria fábula en medio de esta vida moderna.
Les Cascades es un bistrot littéraire y es uno de nuestros bares favoritos. Se encuentra en la rue del mismo nombre en Belleville, un barrio formado por gente venida de todas partes y donde el arte y lo popular se reflejan en sus calles coloridas y conciertos al aire libre. Un viernes por la tarde llegamos a este local y su dueña no paraba de atendernos y regalarnos sonrisas como si fuésemos habitúes del bar. Ahí vimos a un grupo que tocaba música del medio oriente. El sonido del laúd y la voz del cantante me transportaba al desierto, a otras latitudes, y en esa lejanía sensorial me acompañaba el sabor fuerte del vino seco (en Francia no hay vino tinto dulce como el Magdalena de Queirolo) y el aroma dulce de los labios de Anne. Nos sentimos felices y hablamos de nuestros planes para el futuro y nuestros sueños se veían cada vez más cerca.
Mis recuerdos me llevan ahora hasta la primera vez que entré a un Bar en este país. Estábamos en Nantes con los padres de Anne y su amiga Laetitia, el viento helado de marzo me golpeaba la cara y me congelaba las manos, estaba cansado por un viaje con demasiadas escalas y muy pocas horas de sueño. El vértigo de la fatiga y la nostalgia por mi país se me venían encima como un aguacero que me seguía solo a mí. En medio del aire gris, vimos unas luces artificiales y fuimos avanzando a ellas hasta llegar a un Bar-Tabac PMU, uno de esos bares franceses en donde puedes comprar tabaco, emborracharte y apostar a los caballos.
Fue ahí que mi suegro o como se dice en francés “mi bello padre” me invitó mi primera cerveza francesa. Estoy seguro que fue una cerveza blanca, pero la recuerdo como un líquido dorado que atravesó mi cerebro y me dejó en la garganta una agradable sensación que me sacó del vacío y me hizo sentir irracionalmente feliz. Por eso cada vez que tomo una cerveza en algún Bar de aquí, me quedo un instante saboreando el primer sorbo, sintiendo por unos segundos que vuelvo a sentirme en casa.
viernes, 2 de julio de 2010
¿Cuál es tu primera impresión sobre Francia?
Son las 10 de la mañana, preparo la comida que Anne y yo ofreceremos esta noche en nuestra soirée Péruvienne o velada peruana. Habrá causa rellena, salsa a la huancaína y pisco sour con su mazamorra más. De todos los amigos franceses que van a venir, solo Aurore no conoce Perú. Trato que el rancho quede bien para que se lleve una buena impresión de nuestra gastronomía, la primera impresión es la que cuenta. Esta última frase me ha estado persiguiendo desde hace algún tiempo y es que todos los franceses con los que he conversado me han hecho la misma pregunta una y otra vez ¿Cuál fue tu primera impresión de Francia? Me hacía recordar cuando nosotros los peruanos conocemos a un extranjero y le hacemos siempre las mismas dos preguntas ¿Ya fuiste a Machu Pichu? y ¿Qué te parece la comida Peruana? Cuando trato de precisar cual fue mi primera impresión sobre este país es un poco difícil, inmediatamente aparece en mi cabeza un huracán de colores, tamaños, olores y sonidos que se convierten en muchas primeras impresiones. Una de ellas es el color azul de las letras de la aeronave de Air France, aeronave que dicha sea de paso, la había imaginado más grande. Ya en el interior del avión veo otra vez ese color en el traje de la aeromoza que me pregunta gentilmente si quiero jugo de naranja mientras por la ventanilla veo un cielo color azul y yo sentía que ese cielo azul no era cielo ni era azul, sino una pantalla donde exhibían una película francesa, es decir, 30 minutos de la misma toma y me veía a mi mismo siendo el protagonista de una historia detenida cuyo futuro era impredecible. Pero luego hubo un cambio en la filmación y mientras mis suegros nos llevaban en su auto del aeropuerto de Nantes a su casa en la Bretaña, el paisaje se iba llenando de vegetación y campo, en ese momento todo se volvió verde.
Otra impresión fue que muchas cosas me parecieron más pequeñas de lo que yo había imaginado. Me pasó con el avión e incluso con el territorio francés (aunque el país cuente con una extensión territorial nada despreciable de 675.417 km²). Lo mismo sucedió con las distancias entre una región y otra o cuando vi los primeros edificios, los primeros puentes, las primeras playas, todo me pareció más chico. Tal vez sentí eso porque antes de venir aquí, Francia era para mí como una nebulosa invisible que se alimentaba de mis miedos. En cuanto a los primeros olores que percibí, fueron una mezcla de perfume artificial, arboledas y calles lavadas por la lluvia. No estoy diciendo que no haya olores feos, aquí he pasado por estaciones de transporte público que huelen a todos los líquidos que pueden salir de un cuerpo humano…y los sólidos también. Sin embargo, es como si tratarán de disimular los olores fuertes con desodorante de ambiente, como si en todos los espacios cerrados alguien colgara un señor honguito extra large (¡no me van a negar que un señor honguito es más rico que un mango!). Un día paseaba por la avenue de Champs-Élysées y descubrí que allí estaban las tiendas de Hugo Boss, Carolina Herrera y Christian Dior. Mientras caminaba, la calle se volvía una pasarela al aire libre por donde desfilaban aromas y fragancias que mareaban hasta a Pepe Le Pew.
Algo que también me llamó la atención fueron los sonidos. Me gustó poder escuchar el graznido de los pájaros, el viento en los árboles y las sirenas de la policía que aquí son bien diferentes. Y me gustó no escuchar el ruido del claxon de las combis ni los gritos de los “combistas” (ojo, no cambistas, combistas) y hasta me parecía raro no escuchar a la gente gritándose de una calle a otra ¡Habla barrio! o el popular ¡tutu uui uui! de los heladeros de D’onofrio. Los franceses no gritan mucho en la calle, son más discretos y hacen sus cosas caleta nomás, sobretodo los parisinos. En cambio las personas de origen africano o árabe son mucho más expresivas y ellas si gritan en la calle, pero lo hacen en francés y eso si que me dejó en shock. Escuchar todito en francés, la radio, la gente, la tele, hasta los perros ladran en francés ¡A la firme causa! Aquí los perros dicen ¡wouaf wouaf!, el gallo hace ¡Cocorico! y hasta las vacas dicen ¡Meuh! Ahora imagínense a 65 millones de personas hablando francés al mismo tiempo. Y finalmente, el hecho de ver todos los paneles, la publicidad, los afiches de conciertos, las direcciones, las señales e indicaciones del tráfico y los nombres de las calles, todo, todo, todo escrito en francés. No había dudas, había llegado a Francia y tenía la impresión que Perú estaba en algún lugar sobre la tierra, pero en un lugar muy lejano.
Son casi las 3 de la madrugada, los amigos se van despidiendo y yo, como buen peruano chovinista, no podía dejar de hacer la pregunta de ley ¿Y qué les pareció la comida peruana? A lo que Aurore y todos responden trop bon! (¡muy bueno!), lo cual me deja feliz y me regodeo como chancho en lodazal. Anne y yo dejamos la vajilla en la cocina y nos tumbamos en la cama para jatear buenazo. Hay que descansar, mañana es otro día en Francia.
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