miércoles, 20 de octubre de 2010
La verdad de la Milanesa…o de la Comida en Francia. Parte 2
Algo que me llama poderosamente la atención en cuanto al tema de la comida en Francia es el hecho de ver a tanta gente que “que se mata” tratando de comer sano. Hay ochocientos mil avisos en la tele (tantos como los anuncios de venta de autos) sobre alimentos bajos en calorías, agua mineral, postres sin azúcar, publicidad sobre los benditos productos bio, etc. Y sin embargo, en la vida cotidiana los franceses comen, que digo comen, se atragantan con cantidades industriales de queso, chocolate, embutido, mantequilla (sobretodo los bretones) y vino todos los días. Entonces ¿en qué quedamos? Bueno, hay que reconocer que muchos de esos productos son realmente adictivos. Tal es el caso de los embutidos, los cuales son demasiado buenos. Aunque ya quisiera ver a la gente de acá comiéndose unas salchichitas extra rojas de salchipapa carretillera o devorando un pan con su buen queso de chancho.
Otra cosa que me desconcierta es la manera de preparar el arroz. Adiós a ese arroz graneadito, el pan nuestro de cada día, compañero fiel de toda la comida. Ni siquiera lo aderezan con ajo ni cebolla dorada y lo que es peor, en los hogares de toda Francia se comete diariamente el crimen de preparar el arroz como si fuera tallarín. Me explico, los franceses lo ponen a cocinar con el doble de la cantidad de agua y después lo cuelan, si señores, cuelan el arroz como si se tratara de fideos. El resultado es un arroz mazacotudo y aguachento. Triste pero cierto, esto pasa a vista y paciencia de todos y nadie hace nada para frenar esta barbarie. En fin, cada pueblo tiene el arroz que se merece.
Otro elemento inherente a la gastronomía francesa es el pan. Hace tiempo mi padre me preguntó si en Francia había pan francés como el que venden en Perú y dolorosamente tuve que decirle que aquí no hay ese pan tan sencillo y buenazo con forma de culito espolvoreado de harina. Los panes que se venden por unidad son panes especiales como el pain au chocolat o pan con chocolate, pain aux raisins o pan con pasas y el famoso croissant (que en Perú es conocido como el popular “cachito de mantequilla”). Aquí mayormente con frecuencia se estila vender panes grandes que lo partes en tu casa y luego guardas el resto. Hay una cantidad aterradora de panes entre los que destacan el pan de campo, el pan de cereales, pan de nueces y el pan brioche (que es igualito al panetón). Pero si hay un pan que identifique a los franceses, ese es el pan baguette. A la hora del desayuno y la cena es común ver a todo el mundo en la calle con su baguette en la mano y a veces hasta con dos, tres o cuatro baguettes. En estos casos, suelen utilizar el cochecito de los bebés como carrito de súper mercado para guardar el pan ahí. Bien práctica la gente ¿no?
Como ya había comentado, cada región tiene su especialidad. En julio tuve la suerte de visitar la Provence y ahí me invitaron Pates au Pistou, pasta con una salsa tan exquisita como sencilla, hecha a base de hojas de albahaca y dientes de ajo machacados con aceite de oliva. Otro descubrimiento culinario de esta región fue el Aïoli, que es la salsa provenzal por excelencia y que se obtiene moliendo ajo con sal en un mortero y agregando luego aceite y huevo. El resultado final se parece mucho a esa maravilla de la naturaleza que es la mayonesa peruana extra-líquida con sabor a ajo y que parece imprimante (¡pero si hasta la venden en baldes de pintura!) que te ofrecen en algunas pollerías y puestos de comida al paso, con la diferencia que aquí la consumen con ensaladas y pescado.
Pero no todo es refinado y gourmet, ya que aquí también hay establecimientos de comida rápida made in France. Existen Zeeriad y Quick que le hacen la competencia a Mc Donald’s, Subway y KFC. También hay lugares donde te venden sandwichs, galettes y crêpes (la crêpe de nutella es una prueba que existe el paraíso).
Pero si hablamos de comida rápida, el número 1 se lo llevan de lejos los puestos donde venden Kebab. El kebab es típico de Turquía y consiste en carne de ternera o cordero que se cocina girando en un asador y que luego se introduce en pan pita. Antiguamente era la comida de los reyes persas, será por eso que cuando te pides un kebab comes como rey. Al servirlo con tantas salsas de colores diferentes, ensalada y papas fritas, más que sándwich parece un atropellado. Asimismo, el kebab es tan grande que tienes que abrir toda la boca para morderlo. Al final terminas todo manchado de salsa pero feliz como chancho regodeándose en su crapulencia. Además el kebab es la comida preferida por los estudiantes y por todos los jóvenes, debido en parte a su módico precio (cuesta la mitad de un menú) y por todos los nutrientes que aporta al organismo cuando es ingerido conjuntamente con grandes cantidades de alcohol.
Habiendo tanta variedad de comida francesa y de restaurantes de todas partes del mundo en Paris, a veces a uno se le antoja también un poco de cocina peruana. Y aunque existen algunos restaurantes peruanos en Paris, hay que tener suerte porque no siempre las cosas resultan como uno espera. Una vez invitamos a mis suegros a comer a un restaurante peruano llamado “Candela Caliente”. Nos emocionamos al ver la estética kitsch del local y pensamos que sabíamos lo que hacíamos, pero no teníamos ni idea. Empezando que no tenían pisco sour, el ceviche venía con yucas que parecían de 5 días y cuando pedí anticuchos, lo que me trajeron fueron dos miserables palitos con trozos de carne sancochada, sin sal ni comino ni pimienta ni ajo ni ají ni nada. Encima el costo de la cena fue un asalto a mano armada. Nunca me había sentido tan estafado.
Otra cosa fue cuando llevamos a una tía de Anne a comer al “Latino Gourmand” o “Latino Goloso”. Los precios eran razonables y la comida estuvo excelente. Incluso le encantó la inca kola y la chicha morada a la tía Armandine y quedé como un campeón. Quise repetir la experiencia llevando a Pablo y Claudia, un amigo peruano y su mujer alemana al mismo sitio, pero como dice Sabina “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Estábamos viajando en el metro con dirección al restaurante y de cazuela nos encontramos con una pareja de esposos peruanos. Le preguntamos que hacían en Paris y el hombre nos dijo que era el cocinero del Latino Goloso. Le contamos que estábamos yendo a almorzar ahí y nos reímos y empezamos una animada conversación. En eso llegaron los inspectores de boletos. Increíblemente la mujer del cocinero no tenía el buen boleto y los inspectores terminaron por bajar del metro al cocinero y a su mujer y se los llevaron detenidos. Largo tiempo estuvo el peruano oprimido porque cuando llegamos al restaurante, vimos a una muchacha encargándose de la cocina. Esta vez la comida estuvo tela, no pasaba nada con la sazón y sirvieron bien chicoma. Tal vez si no detenían al cocinero, otra hubiera sido la historia. Pero ni modo, así pasa cuando sucede, sobretodo cuando ocurre.
Por eso mantengo que la mejor comida peruana que puedes comer en el extranjero, es la que tú mismo te puedes preparar. Y cuando encuentro todos los ingredientes y el plato sale bien, es como una pequeña victoria que saboreo en silencio, porque cada vez que como algo de comida peruana, me vuelvo a sentir peruano. Bueno, ahora me tengo que ir a preparar la comida del día siguiente. En el menú toca cocinar comida francesa. Normal, mañana es otro día en Francia.
miércoles, 18 de agosto de 2010
La verdad de la Milanesa…o de la Comida en Francia. Parte 1
La penúltima semana de julio tuve el almuerzo más intercultural de toda mi vida. Estando de vacaciones por Divonne, a pocos minutos de la frontera con Suiza, este ciudadano de segunda categoría estaba almorzando comida hindú con su esposa y su cuñado (ambos franceses), junto a un amigo de Nigeria y 4 amigos de la India. Estos últimos nos invitaron un banquete muy heterogéneo, abundante en condimentos y especias que otorgaban un sabor espléndido y particular a cada platillo. Era la primera vez que comía con las manos (sin contar unos tallarines en bolsa que comí sobre el río Ucayali y todos los pollos a la brasa que descuarticé en Perú) y la verdad, fue un verdadero placer sentir la comida a través de los dedos. Pero en Francia no se come así, aquí todo se come con tenedor y cuchillo. Si peruano, aquí el cuchillo no es parte de la decoración de la mesa, tienes que usarlo porque sino los franceses te van a mirar como si no supieses usarlo.
La comida es súper importante para los franceses, y más si se trata de comida biológica o BIO, en cuya elaboración no se emplean pesticidas, herbicidas ni hormonas. Esta es la comida que está de moda, tanto así que desde hace algún tiempo ya se vende en las principales cadenas de súper mercados como Carrefour, Leclerc y Leader Price. “La mejor comida del mundo se hace en Francia, la mejor comida de Francia se hace en Paris”. Así empieza el film Ratatouille, y después dicen que nosotros los peruanos tenemos una relación enfermiza con la comida. Pero no se trata solamente de la comida, sino también de la disposición de las cosas y los objetos intuidos de forma sensible en el tiempo y el espacio (¡pucha esto ya me suena a la estética trascendental de Kant!) por los franceses. Osea, que cada cosa tiene su momento y su lugar.
Las primeras veces que me invitaron a comer en la casa de algún amigo o la familia de mi esposa, me parecía un poco extraño el orden en que servían la comida. Los franceses empiezan sirviéndote un apéritif o aperitivo, es decir, una copita de algún licor o cóctel que aquí los hay muy buenos como el Cointreau, Grand Marnier, Pastis, Kir Royal, Kir Breton, licores de almendra o nuez, etc. Todos acompañados de algún canapé y los infaltables “chips” o bocaditos en bolsa tipo papitas, maní, dulces o galletas. Después de empilarse con el apéro viene el plato de fondo, sobretodo alguna exquisitez con carne de cerdo, res, ave o alguna especie marina. Y la mayoría de las veces, se trata de comida cocinada a la cacerola, al horno o gratinada. También se sirven frituras, pero estas se preparan en menor cantidad. En cuanto a la cantidad, generalmente te van a servir de manera decente, osea poco, ya que acá la gente como mucho menos que en Perulandia, donde todos sabemos que te sirven de manera contundente y letal.
En lo concerniente a la bebida, aquí no beben chicha morada, frugos, agua de cebada, agua de piña, agua de apio, agua de manzanilla, refrescos radioactivos tipo royal, ni bebidas gaseosas. ¿Qué diablos toman los franceses entonces? Mayormente con frecuencia toman una bebida extraña que no tiene gas, que no tiene sabor ni colorantes certificados ni mucho menos preservantes y que la suelen conocer con el nombre de AGUA, esta bebida que dicen que es buena para la salud, la consumen por garrafas. Por supuesto, el vino es obligatorio y siempre es bien recibido. Del vino francés se pueden escribir varias crónicas, por ahora solo puedo decir que en Francia el vino y la comida son el matrimonio perfecto. Aunque como dice Alejandro Dumas (hijo) “el matrimonio es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos y, a menudo, tres”, y yo diría hasta cuatro o cinco, dependiendo del caso, me refiero al queso, la ensalada y el postre.
De sabores fuertes y variadas texturas, el queso es otra de las perdiciones de los franceses, quienes lo consumen solo o con pan. Luego del queso viene la ensalada, esto es algo que a mi me chocó bastante, porque en Perú comemos la ensalada al principio de la comida. Pero aquí no es igual, la gente no come la ensalada al principio sino al final de la comida, y pobre de ti sino te la comes…¡No te van a servir el postre! Y lo vas a lamentar porque los postres en Francia son una ventana al paraíso. Cada región tiene su postre tradicional y hasta cuando no hay postre, se sirven cremas o yogures que son extraordinarios. Es habitual que también se sirvan chocolates y la verdad es que tienen una cantidad espeluznante de chocolates con formas y rellenos inimaginables.
Recuerdo un almuerzo en la casa de la madrina de mi mujer al que concurrí a los pocos días de mi llegada a Francia. Más o menos como a la mitad de la comida, tuve la insensata idea de pedir una copa de un licor que no pude probar durante el momento del aperitivo, creyendo ingenuamente que así felicitarían mis ganas de querer descubrir los alcoholes del país. Craso error, quedé como un angurriento o al menos eso es lo que adiviné en la cara de la dueña de casa y su pareja que me miraba como diciendo ¡Tercermundista tenías que ser! Con lo cual aprendí que si quieres quedar como un campeón, no se te vaya a ocurrir volver a pedir durante la comida lo que te ofrecieron en el apéro, y te vas a contentar con tu copita de vino nomás. Sino aprovechaste bien en zamparte todas las copas que pudiste en el momento del aperitivo, eso es problema tuyo.
Otra cena que nunca olvidaré fue justamente mi primera cena con personas francesas. En aquella ocasión, siendo yo el padrino de matrimonio de uno de mis mejores amigos, tuve la oportunidad de cenar con él en una conocida Trattoria de Miraflores junto a su esposa y su familia que había venido de Francia. Habíamos comido una barbaridad y todavía quedaba una buena cantidad de pizza. Cuando estuve a punto de pedirle al mozo que me envuelva todo para llevar, sentí la mano de mi amigo como una garra que me perforaba el brazo, al tiempo que me decía al oído ¡Ni se te ocurra carajo! Si quieres, pide otra cosa ¡Pero te la comes acá! Con el tiempo que llevo aquí, pude comprobar esta dura realidad: LOS FRANCESES NO LLEVAN LOS RESTOS DE LA COMIDA DEL RESTAURANT A SU CASA. Recuerda bien esto peruano, si alguna vez vienes de paseo por Francia y alguien te invita a comer a un restaurant, nunca pidas al mozo que te ponga los restos en una bolsa para llevar, ni mucho menos le pidas que te “aumente” con huesos de la cocina que eso es para tu perrito. Aquí, los perros son fichos y solo comen Ricocan, Pedigree y Dog Chow Bio, así que si lo haces no te van a creer y vas a quedar como un necio y un pezuñento.
El tema de la comida en Francia da para una segunda crónica. De tanto hablar de comer ya me dio hambre y me voy a cocinar algo peruano, porque cuando estás en el extranjero, la mejor comida peruana es la que tu mismo te puedes preparar. ¿Es que no hay restaurantes peruanos aquí en Francia? Hmmm…Si los hay, pero esa es otra historia.
domingo, 11 de julio de 2010
¿Cultura de bares o bares de cultura?
Siempre he creído que la mejor manera de conocer una ciudad es conociendo sus bares. La primera vez que entré a un bar en Paris fue a fines de abril. Eran las 2 de la tarde cuando llegamos con Anne a la Rue de Buci y escogimos la terraza del Bar Les Etages. Una pareja de hippies viejos se besaban mientras los rayos solares me caían en la frente y me adormecían como un lagarto. Al frente del bar estaba la famosa editorial Taschen y en la vitrina había una foto en blanco y negro con la imagen de una mujer de los años sesenta, semidesnuda y con un cartel entre las tetas que decía PARIS.
Esta tarde de julio el calor se siente como una mano descomunal, caliente y húmeda que te estruja y no te deja respirar. Es verano y miles de personas se vuelcan a los bares. Es ahí donde los franceses se quitan los audífonos y apagan sus Iphones, donde parecen volver a la vida y dejan esa expresión de abulia y aburrimiento que parece acompañarlos todo el día. Es en los bares y en los cafés en donde encuentran ese espacio donde pueden socializar y ser escuchados y hablar y hablar y hablar. Porque si hay algo que adoran los franceses es hablar y sobretodo hablar de la Meteo o el estado del tiempo (en una próxima crónica contaré un poco más de la fascinación de los franceses por el clima). Algo que me llama la atención es que la gente se puede pasar horas enteras en los bares con un solo vaso, nada que ver con los cementerios de botellas que a nosotros, los peruanos, nos encanta dejar sobre las mesas. Esto talvez se deba al hecho de que beber en un bar aquí no sale muy barato que digamos, y otra razón puede ser que los franceses no beben tanto como se hace en Perulandia. Otra cosa que me sorprende mucho de aquí es que a los bares acuden familias enteras, padres con sus hijos pequeños y abuelos. Por supuesto que no van muy tarde por la noche ni a cualquier establecimiento, pero en general, el bar es algo más que un antro para emborracharse o ligar, se convierte en una suerte de hogar temporal para todos.
En Francia hay tantos bares como en Perú hay restaurantes de pollo a la brasa, y la variedad es impresionante. Existen bares lúdicos, que ofrecen diversos juegos de mesa, billar y dardos. También hay bares literarios, en donde puedes encontrar estantes repletos de libros. Hay muchos Pub Irlandeses y bares celtas, en los cuales puedes encontrar pinturas y decorados con motivos célticos y personajes mitológicos. Incluso encontré un bar en el barrio de Montmartre con pinturas de cómics con Batman, Hulk y otros personajes del universo DC y Marvel. Además, en los bares puedes ver exposiciones de arte, exhibiciones de pintura y fotografía, conciertos de música y recitales de poesía y narrativa. También se practica mucho en los bares hacer Slam (no confundir con ese cuaderno que tenías que llenar con los datos de tus patas, sino eras un chibolo monse en el colegio), que consiste en leer algún poema, artículo o texto, solamente por el placer de compartirlo.
Los que más me gustan a mí, son los bares y cafés Bistrot, pequeños locales donde puedes tomar café y bebidas alcohólicas y donde puedes pedir quesos y cosas para picar, además de platos tradicionales. Entre los bares famosos están el Pure Café, que fue donde se filmó la película Antes del Atardecer con Julie Delpy y Ethan Hawke y que trata del reencuentro de dos personas después de 9 años de su primer romance. Y otro es el Café des Deux Moulins o Café Los Dos Molinos, célebre Bar Brasserie de Montmartre en donde transcurre gran parte del mítico film de Jean-Pierre Jeunet Amélie, una extraordinaria fábula en medio de esta vida moderna.
Les Cascades es un bistrot littéraire y es uno de nuestros bares favoritos. Se encuentra en la rue del mismo nombre en Belleville, un barrio formado por gente venida de todas partes y donde el arte y lo popular se reflejan en sus calles coloridas y conciertos al aire libre. Un viernes por la tarde llegamos a este local y su dueña no paraba de atendernos y regalarnos sonrisas como si fuésemos habitúes del bar. Ahí vimos a un grupo que tocaba música del medio oriente. El sonido del laúd y la voz del cantante me transportaba al desierto, a otras latitudes, y en esa lejanía sensorial me acompañaba el sabor fuerte del vino seco (en Francia no hay vino tinto dulce como el Magdalena de Queirolo) y el aroma dulce de los labios de Anne. Nos sentimos felices y hablamos de nuestros planes para el futuro y nuestros sueños se veían cada vez más cerca.
Mis recuerdos me llevan ahora hasta la primera vez que entré a un Bar en este país. Estábamos en Nantes con los padres de Anne y su amiga Laetitia, el viento helado de marzo me golpeaba la cara y me congelaba las manos, estaba cansado por un viaje con demasiadas escalas y muy pocas horas de sueño. El vértigo de la fatiga y la nostalgia por mi país se me venían encima como un aguacero que me seguía solo a mí. En medio del aire gris, vimos unas luces artificiales y fuimos avanzando a ellas hasta llegar a un Bar-Tabac PMU, uno de esos bares franceses en donde puedes comprar tabaco, emborracharte y apostar a los caballos.
Fue ahí que mi suegro o como se dice en francés “mi bello padre” me invitó mi primera cerveza francesa. Estoy seguro que fue una cerveza blanca, pero la recuerdo como un líquido dorado que atravesó mi cerebro y me dejó en la garganta una agradable sensación que me sacó del vacío y me hizo sentir irracionalmente feliz. Por eso cada vez que tomo una cerveza en algún Bar de aquí, me quedo un instante saboreando el primer sorbo, sintiendo por unos segundos que vuelvo a sentirme en casa.
viernes, 2 de julio de 2010
¿Cuál es tu primera impresión sobre Francia?
Son las 10 de la mañana, preparo la comida que Anne y yo ofreceremos esta noche en nuestra soirée Péruvienne o velada peruana. Habrá causa rellena, salsa a la huancaína y pisco sour con su mazamorra más. De todos los amigos franceses que van a venir, solo Aurore no conoce Perú. Trato que el rancho quede bien para que se lleve una buena impresión de nuestra gastronomía, la primera impresión es la que cuenta. Esta última frase me ha estado persiguiendo desde hace algún tiempo y es que todos los franceses con los que he conversado me han hecho la misma pregunta una y otra vez ¿Cuál fue tu primera impresión de Francia? Me hacía recordar cuando nosotros los peruanos conocemos a un extranjero y le hacemos siempre las mismas dos preguntas ¿Ya fuiste a Machu Pichu? y ¿Qué te parece la comida Peruana? Cuando trato de precisar cual fue mi primera impresión sobre este país es un poco difícil, inmediatamente aparece en mi cabeza un huracán de colores, tamaños, olores y sonidos que se convierten en muchas primeras impresiones. Una de ellas es el color azul de las letras de la aeronave de Air France, aeronave que dicha sea de paso, la había imaginado más grande. Ya en el interior del avión veo otra vez ese color en el traje de la aeromoza que me pregunta gentilmente si quiero jugo de naranja mientras por la ventanilla veo un cielo color azul y yo sentía que ese cielo azul no era cielo ni era azul, sino una pantalla donde exhibían una película francesa, es decir, 30 minutos de la misma toma y me veía a mi mismo siendo el protagonista de una historia detenida cuyo futuro era impredecible. Pero luego hubo un cambio en la filmación y mientras mis suegros nos llevaban en su auto del aeropuerto de Nantes a su casa en la Bretaña, el paisaje se iba llenando de vegetación y campo, en ese momento todo se volvió verde.
Otra impresión fue que muchas cosas me parecieron más pequeñas de lo que yo había imaginado. Me pasó con el avión e incluso con el territorio francés (aunque el país cuente con una extensión territorial nada despreciable de 675.417 km²). Lo mismo sucedió con las distancias entre una región y otra o cuando vi los primeros edificios, los primeros puentes, las primeras playas, todo me pareció más chico. Tal vez sentí eso porque antes de venir aquí, Francia era para mí como una nebulosa invisible que se alimentaba de mis miedos. En cuanto a los primeros olores que percibí, fueron una mezcla de perfume artificial, arboledas y calles lavadas por la lluvia. No estoy diciendo que no haya olores feos, aquí he pasado por estaciones de transporte público que huelen a todos los líquidos que pueden salir de un cuerpo humano…y los sólidos también. Sin embargo, es como si tratarán de disimular los olores fuertes con desodorante de ambiente, como si en todos los espacios cerrados alguien colgara un señor honguito extra large (¡no me van a negar que un señor honguito es más rico que un mango!). Un día paseaba por la avenue de Champs-Élysées y descubrí que allí estaban las tiendas de Hugo Boss, Carolina Herrera y Christian Dior. Mientras caminaba, la calle se volvía una pasarela al aire libre por donde desfilaban aromas y fragancias que mareaban hasta a Pepe Le Pew.
Algo que también me llamó la atención fueron los sonidos. Me gustó poder escuchar el graznido de los pájaros, el viento en los árboles y las sirenas de la policía que aquí son bien diferentes. Y me gustó no escuchar el ruido del claxon de las combis ni los gritos de los “combistas” (ojo, no cambistas, combistas) y hasta me parecía raro no escuchar a la gente gritándose de una calle a otra ¡Habla barrio! o el popular ¡tutu uui uui! de los heladeros de D’onofrio. Los franceses no gritan mucho en la calle, son más discretos y hacen sus cosas caleta nomás, sobretodo los parisinos. En cambio las personas de origen africano o árabe son mucho más expresivas y ellas si gritan en la calle, pero lo hacen en francés y eso si que me dejó en shock. Escuchar todito en francés, la radio, la gente, la tele, hasta los perros ladran en francés ¡A la firme causa! Aquí los perros dicen ¡wouaf wouaf!, el gallo hace ¡Cocorico! y hasta las vacas dicen ¡Meuh! Ahora imagínense a 65 millones de personas hablando francés al mismo tiempo. Y finalmente, el hecho de ver todos los paneles, la publicidad, los afiches de conciertos, las direcciones, las señales e indicaciones del tráfico y los nombres de las calles, todo, todo, todo escrito en francés. No había dudas, había llegado a Francia y tenía la impresión que Perú estaba en algún lugar sobre la tierra, pero en un lugar muy lejano.
Son casi las 3 de la madrugada, los amigos se van despidiendo y yo, como buen peruano chovinista, no podía dejar de hacer la pregunta de ley ¿Y qué les pareció la comida peruana? A lo que Aurore y todos responden trop bon! (¡muy bueno!), lo cual me deja feliz y me regodeo como chancho en lodazal. Anne y yo dejamos la vajilla en la cocina y nos tumbamos en la cama para jatear buenazo. Hay que descansar, mañana es otro día en Francia.
sábado, 26 de junio de 2010
Un día en Francia
Un día en Francia o el origen de este blog
Después de pensar diez millones de veces la idea de crear un blog (ya saben que no soy muy adepto a estas prácticas) y hasta que me anime a crear una cuenta en Feisbuk o tuiter, pero sobretodo por los reiterados pedidos de algunos buenos amigos como Pablo que un día me envió un emilio que terminaba con…y a crear un blog, así vivimos todos la experiencia, es que decidí crear este undiaenfrancia.
A lo largo de los años tuve la bendición de recorrer casi todo el Perú y la gran suerte de poder viajar por algunos lugares de sudamérica. Tengo tantos recuerdos tatuados en la mente y en el pecho que tendré picos de melancolía por años. Algo que recuerdo con mucha risa fue el hecho recurrente que en estos viajes por la costa, sierra y selva del Perú, mucha gente me creía extranjero. Por más esfuerzos que hiciera para tratar de convencerlos que yo era más peruano que una papa rellena, igualito me decían ¡No joven, que va a ser usted peruano! Para luego decirme que era argentino, chileno, brasileño, colombiano, mejicano, japonés, y hasta hubo quien pensó que yo era árabe. Constantemente me pregunté porque la gente pensaba eso de mí ¿Sería por la barba? ¿El pelo largo? ¿Mi ropa? ¿Mi acento? (de esto último, Anne Françoise, amada mía, ¡usted es la culpable!). Fuera lo que fuera, aprendí a convivir con esa sensación de sentirme extranjero en mi propio país. Todo este tiempo de viajar por diferentes regiones del Perú, cada cual con su propia cultura y su propia cosmovisión y convivir con tanta gente que se volvió mi familia y mis amigos del camino, me ayudaron a generar un instinto de adaptación e integración en cada nuevo lugar al que me tocó irme a vivir. Pero irse a vivir al extranjero es otra cosa.
El hecho de dejar a aquellos que amas, tu familia, tus amigos, tus estudios, tu trabajo, tu idioma, tus hábitos, tus lugares comunes, tu comida, tus maneras de divertirte, tu historia, dejarlo todo para adentrarte en otro continente, otro país, otra cultura, otro idioma, otra manera de ver y entender el mundo, todo esto hace que aquello que formaba parte de lo que solías llamar TU VIDA nunca más vuelve a ser lo mismo. Así mismo, cada inmigrante vive su propia experiencia, y esta es única y distinta a la de los otros. Puedes tomar en cuenta muchas cosas, mentalizarte, planificar, encomendarte al Señor de Los Milagros, La Sarita o a la Beatita de Humay, hacer tu lluvia de ideas y análisis FODA con su papelógrafo más, pero nica, nada de nada te va a preparar para lo que te va a tocar vivir como inmigrante. Y aun si regresas a tu país de origen, ya nada es igual, porque nunca más verás las cosas de la misma manera que antes. Por supuesto que va a depender mucho del contexto en que se produce la inmigración, no es lo mismo irte a un lugar en donde no te conoce ni Cristo que irte a un lugar donde te espera tu pareja, algún amigo o tu familia.
En mi caso particular, desde que era chiquito recuerdo que mi familia fue emigrando paulatinamente a Australia. Conforme fui creciendo ese territorio lejano y misterioso (en donde según yo solo había canguros y osos koalas, nada más) se fue volviendo cada vez más familiar e incluso se hablaba de que en algún momento, yo mismo iría a vivir allá. Fue así que empecé a hacer lo que cualquier otro chibolo haría en mi lugar, estudiar inglés y aprender todo lo que pudiese sobre canguros y osos koalas. Con los años cambié los canguros y koalas por la antropología, la música, los libros y las fotos y los estudios de inglés por francés. Las coincidencias de la vida que son el anverso del azar, hicieron que conociera a mi Anne Françoise, mi palabra andante y que luego decidiéramos irnos a residir a su país de origen que es Francia. Hoy vivo en un pequeño apartamento en el distrito de Saint Maurice en la zona 3 de Paris. Cada mañana me levanto junto a mi rubilinda esposa y luego del desayuno me voy directo a la laptop y es que la soledad de París es buenísima para escribir. Escribo alternadamente los dos nuevos libros que empecé hace poco menos de dos meses. Pero también me doy un tiempo para escribir sobre las cosas que me van sucediendo en este mi nuevo país adoptivo.
Francia es uno de los estados más antiguos de la humanidad, su civilización, su idioma y sus manifestaciones culturales están extendidas por todo el mundo, al mismo tiempo que es un ícono de la diplomacia, los derechos humanos, la moda, la gastronomía y el vino, el cine, el arte y la literatura. Ey, Francia parece bien genial ¿no? ¡La hiciste linda brother! Pero no, wantan compadre, tranquilo causita, no todo es lo que parece. Parafraseando a Hamlet hay algo que se pudre en Dinamarca, o mejor dicho, hay algo que se pudre en Francia. Alguna vez mi amiga Aurélie me dijo ¡Todas las francesas estamos extrañas! Yo creo más bien que todos los franceses están medio coca cola, no tan locos como nosotros los peruanos (yo conozco mis pescaos), sino que tienen una forma de ser “especial” y una lógica y una forma de pensar que ni siquiera es diferente, sino que hasta resulta totalmente contraria a la lógica peruana ¿Por qué? Hummm.....Ya lo irán comprobando cuando le den un bistec al blog y chequeen las entradas. Con esto no estoy diciendo que los peruanos somos mejores que los franceses o que somos mas sencillos de entender o huachaferías por el estilo. Tengo la suerte de tener muchos amigos franceses y una familia francesa maravillosa que no han parado de atenderme y engreirme como si fuera una nena. Solo quiero mostrar que así como los peruanos tenemos “nuestras cosas”, los franceses también tienen sus cosas…¡Y tienen hartas!
Desde mi llegada a este país el 15 de marzo de este año, no he parado de pasar por diferentes experiencias, algunas muy divertidas o terroríficas (depende de cómo se vea) y otras más cercanas al surrealismo. No se muy bien por cuanto tiempo escribiré, solo se que escribo para no olvidar, porque el olvido es la derrota de la memoria. Quien sabe, a lo mejor estas palabras conjuradas me puedan servir a mí de expiación y talvez a alguno de ustedes como una guía práctica del tipo 10 cosas que nunca debes hacer al viajar a Francia. Cada jornada es un nuevo aprendizaje, cada vez que sales a la calle es una nueva lección, cada día es una nueva historia. ¡Despierta peruano! Hoy es otro día en Francia.
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