Son las 10 de la mañana, preparo la comida que Anne y yo ofreceremos esta noche en nuestra soirée Péruvienne o velada peruana. Habrá causa rellena, salsa a la huancaína y pisco sour con su mazamorra más. De todos los amigos franceses que van a venir, solo Aurore no conoce Perú. Trato que el rancho quede bien para que se lleve una buena impresión de nuestra gastronomía, la primera impresión es la que cuenta. Esta última frase me ha estado persiguiendo desde hace algún tiempo y es que todos los franceses con los que he conversado me han hecho la misma pregunta una y otra vez ¿Cuál fue tu primera impresión de Francia? Me hacía recordar cuando nosotros los peruanos conocemos a un extranjero y le hacemos siempre las mismas dos preguntas ¿Ya fuiste a Machu Pichu? y ¿Qué te parece la comida Peruana? Cuando trato de precisar cual fue mi primera impresión sobre este país es un poco difícil, inmediatamente aparece en mi cabeza un huracán de colores, tamaños, olores y sonidos que se convierten en muchas primeras impresiones. Una de ellas es el color azul de las letras de la aeronave de Air France, aeronave que dicha sea de paso, la había imaginado más grande. Ya en el interior del avión veo otra vez ese color en el traje de la aeromoza que me pregunta gentilmente si quiero jugo de naranja mientras por la ventanilla veo un cielo color azul y yo sentía que ese cielo azul no era cielo ni era azul, sino una pantalla donde exhibían una película francesa, es decir, 30 minutos de la misma toma y me veía a mi mismo siendo el protagonista de una historia detenida cuyo futuro era impredecible. Pero luego hubo un cambio en la filmación y mientras mis suegros nos llevaban en su auto del aeropuerto de Nantes a su casa en la Bretaña, el paisaje se iba llenando de vegetación y campo, en ese momento todo se volvió verde.
Otra impresión fue que muchas cosas me parecieron más pequeñas de lo que yo había imaginado. Me pasó con el avión e incluso con el territorio francés (aunque el país cuente con una extensión territorial nada despreciable de 675.417 km²). Lo mismo sucedió con las distancias entre una región y otra o cuando vi los primeros edificios, los primeros puentes, las primeras playas, todo me pareció más chico. Tal vez sentí eso porque antes de venir aquí, Francia era para mí como una nebulosa invisible que se alimentaba de mis miedos. En cuanto a los primeros olores que percibí, fueron una mezcla de perfume artificial, arboledas y calles lavadas por la lluvia. No estoy diciendo que no haya olores feos, aquí he pasado por estaciones de transporte público que huelen a todos los líquidos que pueden salir de un cuerpo humano…y los sólidos también. Sin embargo, es como si tratarán de disimular los olores fuertes con desodorante de ambiente, como si en todos los espacios cerrados alguien colgara un señor honguito extra large (¡no me van a negar que un señor honguito es más rico que un mango!). Un día paseaba por la avenue de Champs-Élysées y descubrí que allí estaban las tiendas de Hugo Boss, Carolina Herrera y Christian Dior. Mientras caminaba, la calle se volvía una pasarela al aire libre por donde desfilaban aromas y fragancias que mareaban hasta a Pepe Le Pew.
Algo que también me llamó la atención fueron los sonidos. Me gustó poder escuchar el graznido de los pájaros, el viento en los árboles y las sirenas de la policía que aquí son bien diferentes. Y me gustó no escuchar el ruido del claxon de las combis ni los gritos de los “combistas” (ojo, no cambistas, combistas) y hasta me parecía raro no escuchar a la gente gritándose de una calle a otra ¡Habla barrio! o el popular ¡tutu uui uui! de los heladeros de D’onofrio. Los franceses no gritan mucho en la calle, son más discretos y hacen sus cosas caleta nomás, sobretodo los parisinos. En cambio las personas de origen africano o árabe son mucho más expresivas y ellas si gritan en la calle, pero lo hacen en francés y eso si que me dejó en shock. Escuchar todito en francés, la radio, la gente, la tele, hasta los perros ladran en francés ¡A la firme causa! Aquí los perros dicen ¡wouaf wouaf!, el gallo hace ¡Cocorico! y hasta las vacas dicen ¡Meuh! Ahora imagínense a 65 millones de personas hablando francés al mismo tiempo. Y finalmente, el hecho de ver todos los paneles, la publicidad, los afiches de conciertos, las direcciones, las señales e indicaciones del tráfico y los nombres de las calles, todo, todo, todo escrito en francés. No había dudas, había llegado a Francia y tenía la impresión que Perú estaba en algún lugar sobre la tierra, pero en un lugar muy lejano.
Son casi las 3 de la madrugada, los amigos se van despidiendo y yo, como buen peruano chovinista, no podía dejar de hacer la pregunta de ley ¿Y qué les pareció la comida peruana? A lo que Aurore y todos responden trop bon! (¡muy bueno!), lo cual me deja feliz y me regodeo como chancho en lodazal. Anne y yo dejamos la vajilla en la cocina y nos tumbamos en la cama para jatear buenazo. Hay que descansar, mañana es otro día en Francia.
Juan Luis! Buena crónica! Que sigan los éxitos y mil cosas buenas para ti y Anne. (Y no sé cuánto tiempo pasará pero hasta el gritillo nefasto de los combistas algún día puede transformarse en nostalgia. Cuidense mucho y a seguir escribiendo. Y créate una cuenta en el facebook!
ResponderEliminarjulio vega
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